jueves, 2 de mayo de 2019

Francis Fukuyama





Francis Fukuyama nació el 27 de octubre de 1952 en el barrio de Hyde Park de Chicago. Su abuelo paterno llegó a los EE.UU. en 1905, huyendo de la guerra entre Rusia y Japón. Abrió una tienda en la Costa Oeste y poco después fue internado en un campo de concentración durante la II Guerra Mundial. El padre de Francis Fukuyama, Yoshio, fue ministro de la Iglesia Congregacional, doctor en Sociología por la Universidad de Chicago y profesor en Estudios Religiosos. La madre de Francis Yukuyama, Toshiko Kawata, nació en Kioto, hija del fundador de la Facultad de Económicas en la Universidad de Kioto y más tarde primer Rector de la Universidad de la ciudad de Osaka. 

La familia Fukuyama se trasladó a la ciudad de Nueva York y fue en el barrio de Manhattan donde transcurrió la infancia de Francis como hijo único, sin contacto alguno con la cultura japonesa y sin aprender japonés. En 1967 se mudaron al barrio de State College en Pennsylvania.

Francis Fukuyama se licenció en Estudios Clásicos por la Universidad de Cornell, donde estudió Filosofía Política con el profesor Allan Bloom. Residía en la Telluride House, perteneciente a la Sociedad docente del mismo nombre, que alojó a destacados intelectuales como Steven Weinberg, Paul Wolfowitz y Kathleen Sullivan.

Fukuyama inicialmente había pretendido graduarse en Literatura Comparada en la Universidad de Yale, trasladándose a París donde durante seis meses fue alumno de Roland Barthes y Jacques Derrida, pero desilusionado regresó a los EE.UU. para matricularse en Ciencias Políticas en la Universidad de Harvard. Estudió con Samuel P. Huntington y Harvey Mansfield, doctorándose con una tesis sobre las amenazas de  intervención de la Unión Soviética en Oriente Medio.

En 1979 se incorporó al Think-Tank de política global en la Corporación RAND. Allí conoció a una estudiante de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), Laura Holgrem, con quien se casaría. Fukuyama le dedicó un libro titulado Trust: The Social Virtues and the Creation of Prosperity.

En 1981 el Departamento de Estado de los EE.UU. lo nombró miembro de su equipo de Planificación Política, como experto en temas de Oriente Medio durante dos años, regresando a la Corporación RAND en 1983, donde permaneció hasta 1989, cuando de nuevo el Departamento de Estado lo llamó como Subdirector de Asuntos Político-Militares para Europa.

En 1989 escribió un artículo titulado The End of History (“El fin de la historia”), que luego dio origen al libro, publicado en 1992, como The End of History and the Last Man (”El fin de la historia y el último hombre”), donde el autor sostiene que la progresión de la Historia de la Humanidad, consistente en una lucha entre ideologías, ha llegado básicamente a su fin con el establecimiento de una democracia liberal, tras el final de la Guerra Fría y la Caída del Muro de Berlín en 1989. Rápidamente se publicaron ediciones del libro en 20 idiomas.

A finales de la década de 1990 Fukuyama fue una de las figuras centrales de los neocons, grupo de pensadores neoconservadores que tendría gran influencia en los mandatos del presidente George W. Bush (2001-2008) y de cuyos planteamientos se distanciaría posteriormente.

De 1996 a 2000 fue profesor de Políticas Públicas en la cátedra ‘Omer L. y Nancy Hirst’ de la Universidad pública George Mason en Halifax (Virginia) y de 2001 a 2010 profesor de Economía Política Internacional en la cátedra ‘Bernard L. Schwartz’ de la Universidad Johns Hopkins y director del Programa de Desarrollo Internacional del SAIS (Escuela de Estudios Internacionales Avanzados). Entre 2001 a 2004 Fukuyama fue miembro del Consejo Presidencial sobre Bioética. 

En 2005 fue uno de los fundadores, y actualmente presidente del comité editorial, de la revista bimestral The American Interest, especializada en política exterior, economía global y asuntos militares.

Francis Fukuyama es Miembro Senior del FSI (Instituto Freeman Spogli de Estudios Internacionales) y Director Mosbacher del Centro sobre Democracia, Desarrollo e Imperio de la Ley, también del FSI, en la Universidad de Stanford, donde es Profesor de Ciencias Políticas. 

Ha sido nombrado Doctor Honoris Causa, entre otras, por la Universidades Kansai de Japón y de Århus (Dinamarca). Es miembro de la Junta de Gobierno de la Pardee RAND Graduate School en Santa Monica (California), que ofrece el más amplio programa de doctorados en Políticas Públicas en los EE.UU. 

Pertenece a la Volcker Alliance, que asesora al gobierno estadounidense en la mejora de eficacia en la gestión en favor de la ciudadanía. El 13 de agosto de 2019, el presidente Trump firmó un acuerdo con la Volcker Alliance. Fukuyama es miembro de la Asociación de Ciencias Políticas de EE.UU. y del Consejo de Asuntos Exteriores. Es también miembro del Fondo Carnegie para la Paz Internacional y del Centro para el Desarrollo Global.

Francis Fukuyama ha escrito ampliamente sobre asuntos relativos a la democratización y a la economía política internacional. Además de “El fin de la historia y el último hombre” que lo lanzó a la fama, escribió:

“América en la encrucijada” (America at the Crossroads: Democracy, Power, and the Neoconservative Legacy); "El fin del hombre: consecuencias de la revolución biotecnológica" (Our Posthuman Future: Consequences of the Biotechnology Revolution); “Trust: La confianza” (Trust: The Social Virtues and the Creation of Prosperity); Orden y decadencia de la política” (Political Order and Political Decay); “Los orígenes del orden político” (The Origins of Political Order: From Prehuman Times to the French Revolution); “Orden y decadencia de la política”: (Political Order and Political Decay: From the French Revolution to the Present). Y en 2018 “Identidad” (Identity: The demand for Dignity and the Politics of Resentment).

En su primer libro, Fukuyama se mostró optimista ante la expansión de la democracia, tras el final de la Guerra Fría. Hoy, sin embargo, surgen nuevos enemigos que amenazan su sueño del estado liberal en democracia. En su nuevo libro Identidad. La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento, el politólogo responde al auge de la autocracia y el extremismo, diseccionando las claves que hacen peligrar en muchos países la libertad democrática. Unos problemas que, a su juicio, estriban en el fundamental cambio que ha sufrido la política en la última década, en la que el concepto de ciudadanía ha sido sustituido por las demandas de carácter identitario que exacerban el odio antiinmigratorio y abren la puerta a políticas supremacistas y chovinistas.

Desde hace unos años el sentimiento identitario prima para los votantes sobre muchas otras cuestiones. Lo vemos en el alzamiento de los partidos que basan su política en preservar y potenciar la identidad nacional y en atacar la inmigración, como Orbán en Hungría o Trump en Estados Unidos. Sin embargo, advierte Fukuyama, esta búsqueda de la identidad, que en principio es positiva y beneficiosa para el ser humano, entraña ciertos peligros, cuando se crean grupos que intenten imponerse a la Sociedad como los nacionalismos étnicos o modelos de fundamento religioso como el Islamismo. 

Los partidos fueron centrando sus reclamaciones en estos pequeños grupos perdiendo el contacto con esa clase obrera tradicional. Esa es una de las razones por las que los antiguos votantes comunistas o socialistas se han pasado a la derecha populista, porque la izquierda ya no los representa, representa a otra gente. Para volver a su lugar la izquierda necesita poder hablar sobre la nación y la identidad nacional, no en la forma exclusiva y agresiva que adoptó a principios del siglo XX, sino en términos de ideales democráticos como el constitucionalismo, el estado de derecho y la igualdad democrática.

Es importante recordar que Estados Unidos tuvo un éxito relativo en la creación, al final de la era de los Derechos Civiles, de una identidad nacional que no se basaba en el origen étnico o la religión, sino en ideas de democracia. Francia también tiene una tradición republicana que surge de la Revolución Francesa que enfatiza la ciudadanía basada en la cultura francesa y no en la raza. Pero la clave es que en todos estos países, y cada vez más a nivel global, las sociedades se vuelven cada vez más diversas, y donde nunca podremos alcanzar la paz social y desarrollar un sentido de pertenencia a la comunidad basándonos en cosas como la identidad, la raza y la religión, sino con las ideas. Es lo que Fukuyama llama en el libro identidad de credo, creer en los principios democráticos, la constitución, el imperio de la ley, la igualdad, cierto orden político, todo ello básico para incluir a la gente. Todo esto puede conseguir la creación de un nuevo tipo de identidad basada en una comprensión liberal de la identidad nacional integrada en una comunidad democrática.

La identidad nacional debe complementar a todas esas identidades religiosas, sexuales, individuales... e interactuar positivamente en una democracia. Porque lo que está claro, concluye Fukuyama, es que la democracia liberal es el mejor sistema posible, en el que la elección democrática está limitada por un sistema constitucional que impide la concentración excesiva de poder en un ejecutivo. A largo plazo, este sistema apoya mejor el crecimiento económico, resiste la corrupción a gran escala y protege los derechos de las poblaciones minoritarias. 

Una información más amplia y proóxima a nuestra realidad se puede encontrar en estas dos recientes entrevistas publicada por los diarios ‘El País’ y el ‘ABC’:






MAG/02.05.2019


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